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Despedir sin despeinarse 

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Despedir es un acto duro, difícil y desagradable. La gestión de su comunicación adopta a veces las más extrañas formas para evitar o minimizar el contacto. En ocasiones su decisión se pospone esperando de la otra parte un abandono más o menos voluntario, propiciando las condiciones que lo fomenten. ¿Persiguen estas estrategias en disminuir el coste emocional y psicológico del despido para la persona afectada? 

El dilema del “tranvía suelto” quizás pueda arrojar algo de luz sobre esta actitud. El primer escenario de este experimento mental es el siguiente: un tranvía está a punto de arrollar a cinco personas. Existe la opción de mover una palanca haciendo que el tranvía se desvíe a otra vía en la que sólo hay una persona. Salvaremos así a cinco personas, pero otra morirá. Alrededor del 70% de los encuestados en una investigación eligieron esta opción. En un segundo escenario no existe la vía alternativa, pero sí la posibilidad de empujar directamente a un individuo a la vía, provocando su muerte, la detención del tranvía y salvando así al grupo de cinco. El saldo en vidas humanas es el mismo: una frente cinco. Pero en este segundo caso una inmensa mayoría de encuestados contestó que optarían por no hacer nada y dejar que el tranvía siguiera su curso matando a las cinco personas. 

Las neuroimágenes tomadas durante el experimento mostraban que las áreas del cerebro que se activaban al tomar la decisión eran diferentes en cada escenario. Frente a la decisión de manipular o no la palanca se activa la corteza prefrontal dorsolateral, la parte más cognitiva y racional, que permite tomar decisiones difíciles que requieren de un control emocional. Pero cuando se planteaba la posibilidad de empujar directamente a una persona se activaban además la corteza prefrontal ventromedial, relacionada con el impacto de la emoción en la toma de decisiones, y la amígdala, vinculada a la ansiedad y el miedo. Es decir, el primer escenario implica un juicio más frío y racional. El segundo un torrente de emociones desagradables. 

Joshua Green, uno de los neurocientíficos que estudiaron este dilema, sostiene que la intuición moral y el consiguiente coste emocional para el decisor, disminuyen a través del espacio, el tiempo o un entramado de decisiones indirectas que, llegando al mismo fin, nos alejan de la participación más activa, directa y presente en la decisión. 

Ante un despido, los escrúpulos para comunicarlo directa y personalmente tienen más que ver con el propio bienestar emocional antes que con la empatía hacia la persona despedida. Tomar la decisión no es tan desagradable y estresante como justificarla personalmente y enfrentarse cara a cara a la reacción del trabajador afectado. 

Evidentemente no hay empatía ni compasión en comunicar un despido a través de una aplicación de mensajería o correo electrónico, ni en hacerlo mediante la restricción inesperada de permisos de acceso. 

Probablemente tampoco la haya en el recurso a especialistas ajenos a la cadena de mando, ya sean estos internos o externos, a pesar del socorrido argumentario a su favor. 

Y tampoco la hay en activar las palancas del acoso, propiciando unas condiciones inaceptables para la persona de la que se quiere prescindir, esperando un abandono voluntario que nos ahorre el mal trago de ensuciarnos las manos. 

Conocer el mecanismo biológico que subyace a un comportamiento mezquino tan sólo contribuye a entenderlo, no a hacerlo menos mezquino.  

Bibliografía 

Sapolsky, R. (2018). Compórtate. Capitán Swing Libros.  

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