artículo 7

Liderar desde la barrera ¿Qué es mejor para mi empresa: liderazgos valientes o cobardes?

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En La Corrosión del carácter Richard Sennett describe uno de los cambios en la función directiva que caracteriza a las modernas empresas y a sus relaciones laborales: el ocaso de una dirección que no escondía su diferente situación jerárquica y asumía las consecuencias de sus actos, y su sustitución por una nueva posición aparentemente más horizontal y cercana.

Lejos de verlo como algo positivo, Sennett considera estos cambios una nueva estrategia de dominación, más difusa, sustentada en los dogmas y supuestos méritos del espíritu de equipo, y amparada por la volatilidad de unas circunstancias por las que ya nadie responde.

La autoridad pasa así a estar ausente, puesto que esta supone la asunción de la responsabilidad que el ejercicio del poder conlleva.

Al margen del mayor o menor carácter sistémico supuesto por Sennett, la realidad es que mucha de la literatura y de la palabrería actual sobre los recursos humanos constituye la excusa perfecta para la dejación de responsabilidades por parte de algunos mandos.

Mi interpretación de la misma es menos generosa que la de Sennett, porque no responde tanto a la creencia en los males premeditados de un sistema, como a las más ordinarias carencias de las personas. Tiene más que ver con la falta de capacidad para asumir responsabilidades al tiempo que se mantienen derechos, como las masas a las que se refería Ortega y Gasset.

Así, en aras de la participación se elude asumir el coste moral de decisiones difíciles. Se presenta como flexibilidad la ambigüedad que supone la incapacidad para organizar. Apelando a la madurez de los colaboradores se esconde ante la conflictividad inherente a cualquier organización. Se afirma superar una jerarquía supuestamente caduca tan sólo para ejercer una dirección “laissez faire” que abandona a su suerte a los colaboradores más débiles, dejando que la ley del más fuerte sustituya al liderazgo. Confunde la delegación con la ausencia y cree motivar sin dar ningún motivo.

El mando temeroso ha aprendido palabras vacías tras las que esconder su incompetencia, y afirma ser coach antes que jefe, luciendo las credenciales que lo excusan de asumir la carga que su posición debería conllevar.

La raíz de estos males no descansa tanto en la falta de pericia como en la ausencia de valor para enfrentar el riesgo de no ser considerado un jefe bueno, abandonando la obligación de ser un buen jefe. Con neutralidad cobarde se compra el derecho a sentirse querido, pagado en monedas de respeto devaluado.

Ya lo decía el personaje de Aquiles en la película Troya: “Imaginad un rey que libre sus propias batallas”.

Bibliografía

Ortega y Gasset, J. (1986). La rebelión de las masas. Madrid: Espasa-Calpe.

Sennett, R. (2013). La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.

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